sábado, julio 22, 2006

Tres años después

Estos días he sentido lo que Ricardo debió haber sentido para demorarse más de la cuenta en mi apartamento hace tres años: que mi soledad lo necesitaba. Ah, el viejo Ricardo... no hermano, no por lo menos bajo el mismo techo.
Y yo te he hecho falta, en esa ciudad difícil, y vos sos a quien más extraño: los fines de semana largos, las tortillas, las brincadas de vez en cuando, vos escuchando mis discursos sobre la mierda que me he sido.
De mis últimos 11 días tengo varios remordimientos (puse 11 pero son más, por supuesto): el cretino que fui la noche del 10 de mayo, por ejemplo, pero sobre todo el no haber estado para vos el último miércoles. Debí haber mandado esa vieja a la mierda. ¿Por qué putas diablos no me dijiste que me necesitabas?
Y vos estuviste conmigo todas las últimas horas. Siendo el amigo incondicional de siempre.

¿Asusta, sabes? La gente se va, hermano. Un día Norita estaba y luego nada (dios de los ateos, eso es lo peor, la muerte... y la secuela de remordimientos, la llamada no devuelta... dios, dios de los ateos...), un día todo lo que es rutinario deja de estar, deja de serlo. Asusta no saber que una vez, una cualquiera que no avisa, es la última.
La última selva, el último mar, el último páramo, el último abrazo. La vida son despedidas que uno no sabe.
Porque a vos te extraño, hermano. Y no sabés cuánto quiero que este impredecible futuro tenga un lugar para volver a estar juntos.
Cómo nos quita el tiempo aire para los sueños...
Que nos quede aire para los sueños.