señor, dame paciencia
no, no soy buen maestro. a mi la serenidad no me alcanza. con la niña de cabello negrísimo ya van dos con quienes pierdo absurdamente la paciencia y les duele. y me quedo absurdo, inútil, derrotado. qué bilis nos desordenan, qué pequeños y viles demonios nos auscultan y esperan... que sean como los niños, que con la risa y el abrazo olvidan. que mis palabras abracen e iluminen, que mi corazón se sienta.