miércoles, marzo 02, 2005

un cuentito de tupac

Ruta 315

Nunca había salido tan tarde del trabajo. Me disponía a tomar el último bus en la ruta 315 que lleva de City a Belconen a las 8:50 pm, pero llegué un poco antes al paradero. No había nadie y la luna creciente alumbraba la calle poco transitada por vehículos ocasionales. Claro, no estaba en la sexta de Cali, se notaba a leguas. Pensé que si estuviera tan solo en un paradero de Cali estaría más preocupado. Me recosté en la parte de afuera del paradero y no sentí a la chica que se sentó en la silla. Salía de la Universidad cercana. Azoto su mochila contra el suelo y el ruido me asustó haciéndome dar un salto, pero a verle su figura femenina y menuda me tranquilicé. Poco después un auto menudo marcó la direccional y disminuyó la velocidad para parar un poco más allá del paradero. Vi tres personas en él y traté de alejar mis preocupaciones innatas de haber crecido en ciudades peligrosas. Pensé que en Canberra no pasan cosas malas; aunque para ser preciso, no es cierto del todo. Bajaron dos personas del auto y el conductor se marchó raudo. Una de ellas era una chica más menuda aún que la que me había asustado. Se acercó a ver la tabla de horarios de los buses expuesta al frente de la parada. Miró su reloj como yo lo había hecho unos minutos antes. Me preguntó con su voz de campanita si el 315 ya había pasado. No le entendí y le pedí que me repitiera. Le dije que no. Quizás entonces reconoció mi acento de foráneo al hablar inglés. Se marchó a platicar con la otra persona. Yo seguí recostado en el paradero hasta que pocos minutos después apareció el bus a lo lejos. Las dos chicas que bajaron del carro entraron primero, yo de último como todo un caballero. El bus estaba casi vacío. Yo me senté en mi lugar habitual, al frente, en la silla que mira al resto de pasajeros. Las chicas se habían sentado en las bancas de atrás. La más grande tenía un gorrito en invierno de adolescente rebelde, un arete en la ceja y un pirsei arriba del mentón. Sus ojos marrones eran grandes y de mirada profunda, así que decidí no enfrentar su agudeza visual, pero estaban justo al frente mío, sentadas en bancas diferentes y hablando. La grande me miraba continuamente y luego hablaba con su amiga. Cuando se encontraron nuestras miradas recordé mis juegos de adolescente en Cali mirando fijo a la gente para tomar confianza en mí mismo y no pude apartar mi mirada de sus ojos. Era casi un reto de entonces. Así que accedí. Sentí un poco de coquetería cuando intenté desistir del juego. Pero ella seguía. Yo no quería escapar de sus ojos (cual cobarde), pero tampoco quería inmiscuirme en su mirada, por lo cual intenté el vacío justo detrás de su ventana. Intenté no generar ningún gesto, pero cuando ella hizo bizco tuve que sonreír. Entre tanto su amiga, la menuda presenciaba un poco incómoda. Por fin llego la hora de mi parada liberadora. Mientras las chicas conversaban, timbré sin despedirme, porque claro, no hay que hacerlo en casos como estos. Me paré y bajé del bus. Cuando se alejaba, la menudita me siguió con su mirada y esperó que yo alzara la cabeza y con su mano derecha levantó el dedo corazón bajando el resto para simbolizar un falo erecto. Yo ví como el bus se alejaba.