lunes, diciembre 22, 2008

Facebook

Aca nadie que conozca (la imbécil espero que ya no lo haga, y Salida no creo que haya vuelto) me lee. Acá escribo para mí mismo. En FB no es que realmente escriba, pero me comparto, le doy a otros una muestra, un pedazo, un rastro de mí mismo. Y casi nadie lo siente. Pero ahí están, así sea para confirmar la casi precisa inutilidad del ejercicio.

Eso consume el impulso que me traía acá. No la finalidad formal, porque lo de este blog es de otro ámbito, sino... el esculpirse o dejar rastro, virtualmente.

Esa es una explicación.

La otra es... la dejadez, el abandono que me consume.

La otra es la ausencia de sustancia, aunque... muchas veces venía a encontrarla.

Otra: muchas cosas (el cine, los libros, las noticias, las imágenes) es más sencillo dejarlas en FB.

Pero mientras escribo sé que hay cosas mías para las cuáles este es su lugar.

Privado.

Soy acá, más que en ninguna otra parte, el que habla consigo mismo... y sus verguenzas. Y todo eso que más que los rasgos, nos definen: los vacíos, las tristezas, los cansancios...

No quiero rendirme a mí mismo.

Hedonismo

Este fue, entre otras muchas otras cosas oscuras, un año luminoso en placeres... Luminoso! Tantas noches en que ronroneé de placer bailando! Tanta dicha!

Sí sí.

No posteo casi acá ahora, pero muchos status míos en el Facebook lo atestiguaron: muchos amaneceres llegué a casa en el colmo de una felicidad hecha de cuerpo y de música.

Y no, no me arrepiento. Espero jamás hacerlo.

Soy un mamífero que baila.

De las irresponsabilidades y los despilfarros

Sí, este año fue así. Este es el fondo del tedio, de la frustración y... el fracaso. Hay más fondo, lo sé. Pero acá comienza. Pero estuvo bien celebrar mi piel y mi lujuria, estuvo bien despilfarrar lo que no tengo en placeres culpables. Hay algo que aún me hace sonreír de satisfacción al recordar las horas carnales. Ah.

Soy, antes que nada, un mamífero.

Ricardo, Camila y otras despedidas

Este año (delimitemos de esa manera útil y ridícula el tiempo) no sólo dejé de hablarle a mi recién descubierta Paulina. También a Ricardo, a Camila, a Janis, a Adriana. Qué mierda. Ya mi intolerancia tiene los matices justos de mi rabia. Y por más que la tristeza y, sí, la soledad, y sí, el amor, me quieran regresar a ellos, algo impío e impreciso que quiero llamar dignidad, no me deja.
No, no es el elemental orgullo. Quisiera volver a tenerlos cerca. El orgullo tantas veces me lo he comido... pero. Pero. Pero todo debe tener una proporción mínima de equitatividad. Y ellos no lo entienden.
No jodo y soy generoso. Lo malgeniado e intransigente (y psicorrígido, mi pequeña Camila) no pide más que la comprensión que le doy a sus propias limitaciones. En eso no ha habido lío. Pero siempre quien acomoda cuando los límites últimos se trasgreden (los desagradecimientos y los agravios o las desatenciones) he sido yo. Y así los he malcriado.
Y así los he perdido.

Y los extraño.

Paulina

Te encontré por la costumbre que tiene mi lujuria mi desencanto mi cinismo de buscar placeres que no comprometan. Tengo todas nuestras conversaciones por messenger, pero no quiero mirarlas ahora. No quiero decir que fui para vos, pero muchas veces, en esas semanas virtuales y a veces telefónicas, fuiste una tenue alegría, ya desprovista de lujuria.
Pero adoleces de lo que casi todas: dependes de un macho de tu especie para sentirte alguien. No alguien en un sentido trascendente, sino alguien en un sentido básico, como frente a un espejo que te constate, un reproche, una sonrisa.
Y es de las pocas cosas que no soporto. No quizás el hecho en sí, sino que hayás escogido a alguien que vos misma, en los momentos de desencanto, reconocés como un imbécil.
Y dejé de hablarte.