lunes, diciembre 22, 2008

Ricardo, Camila y otras despedidas

Este año (delimitemos de esa manera útil y ridícula el tiempo) no sólo dejé de hablarle a mi recién descubierta Paulina. También a Ricardo, a Camila, a Janis, a Adriana. Qué mierda. Ya mi intolerancia tiene los matices justos de mi rabia. Y por más que la tristeza y, sí, la soledad, y sí, el amor, me quieran regresar a ellos, algo impío e impreciso que quiero llamar dignidad, no me deja.
No, no es el elemental orgullo. Quisiera volver a tenerlos cerca. El orgullo tantas veces me lo he comido... pero. Pero. Pero todo debe tener una proporción mínima de equitatividad. Y ellos no lo entienden.
No jodo y soy generoso. Lo malgeniado e intransigente (y psicorrígido, mi pequeña Camila) no pide más que la comprensión que le doy a sus propias limitaciones. En eso no ha habido lío. Pero siempre quien acomoda cuando los límites últimos se trasgreden (los desagradecimientos y los agravios o las desatenciones) he sido yo. Y así los he malcriado.
Y así los he perdido.

Y los extraño.