domingo, marzo 06, 2005

Cioran


E.M. Cioran (1911-1995)

Lo leí por primera vez en las paredes de un salón de la Nacional. Negret lo transcribía. Fue un vínculo entre los tres: Negret, Tolis y yo. Un vínculo que sólo persiste, lejano, entre Héctor Iván y yo. Cuando huímos con Gladys a Solano, al cielo gris, a la luna llena sobre el Pacífico, sus palabras (ahora sé, mal leídas) nos llevaron allí. Hay marcas de los dedos de ella, pequeñas manchas de su sangre aún en mi copia del Aciago Demiurgo. Todavía recuerdo el vértigo con el que compré Ese Maldito Yo en Cali. Por épocas lo llevaba siempre conmigo, un libro en el morral. Aún hay momentos en que sólo cuando lo leo me siento real. Creo que estos días me persigue desde que hablé con la niña de ojos indios: la fuerza ingenua de la desesperación. Ya no recuerdo el viernes por qué saqué Cuaderno de Talamanca para leerlo.
Ahora ya no lo leo tan literal. Tan ingenuo yo frente a su rabia y su vacío. Ahora me afirma sin desesperación. Ahora es más profundo. Ahora cuando quiero abrazarme leo sus Cuadernos o las entevistas que le hicieron y su ternura me conmueve hasta una exaltación como la que daría un mar que arde.
Durante años lo que yo más quería en el mundo era viajar a París para verlo de lejos, para verlo llegar a su apartamento o salir de él... solamente contemplarlo.
Pero murió, el 20 de junio de 1995. Llevaba varios años enfermo de Alzheimer. Nadie, nadie, nadie compartió el estupor, el dolor que sentí. Cada vez que pienso en su muerte... es como si la sangre se me detuviera y me llenara de un dolor que me estalla en noche, que me convierte, sangre y lágrimas, en estrellas dispersas en el vacío.
Cuando fui a París, finalmente, ni siquiera pude ver su tumba. Un vendaval hizo que cerraran los cementerios.
Sus libros son lo más íntimo que poseo.
Sus palabras me son.
Pero me siento huérfano. Horriblemente. Apenas puedo concebir un universo en que él está ausente.
Quedan las lágrimas y la dicha. Ese dolor intenso y feliz con que lo leo.
Y pienso que si soy alguien, soy un alguien dibujado por las heridas y cicatrices de lágrimas adentro y en mi rostro que me han dejado sus palabras.
Dibujado por los rastros de las sonrisas que me salen cuando acaricia mis vísceras. Las sonrisas de un animal feroz y triste que lleva desde que nació la ausencia, el dolor de ser alguien en medio de tanta, demasiada vida. Ser tantos huesos, tanta carne.