Hace casi tres años, según tus recuerdos, nos encontramos. Nunca nos hemos visto. Anoche, después de año y medio regresaste y un dolor egoista se hizo bilis y vomité una rabia estúpida que te hizo llorar cuando sólo querías saludarme. Me dí cuenta más tarde de lo cruel de mi rabia, cuando releeí las conversaciones antiguas y leí alguien que he sido y que desprecio. Nunca quise realmente encontrarte, Diana. Quise que fueras esa criatura extraña que imaginaba de tus palabras, de tus imágenes. Pero ahora vuelves, la misma y distinta, aún herida de tus soledades y agonías. Pero ahora, ahora que veo la distancia entre mi bestia amarga y este animal que lentamente abre la piel, la mirada y las entrañas, ahora quizás pueda recibirte en tus palabras. Ojalá sea así. Llegas cuando llega la calma.