miércoles, marzo 30, 2005

Pacífico

Desde el comienzo desatendimos los afanes. En Cali me pediste que me quitara el reloj. Así que el tiempo eras vos. Mi tiempo vos.
Qué hermosa eras en el mar. Qué tanto te ví, te sentí, te viví... Cuántos miedos y cuántos abismos, cuánta alegría, cuánta felicidad...
Cuánto viste... cuánto me hiciste ver... Qué pocos ojos tengo para mirar cuando busco lo que vos mirás.
Niños negros, niños indígenas, los acantilados, la furia y la serenidad del mar, la noche, la lluvia, la luna, vos iluminada... yo solamente te atestiguaba.
Ahora estamos aquí. Asesinados lentamente por la ciudad. Ausentes de nosotros. Los días llenos de sinsentidos, de horarios, de la conciencia de un tiempo concreto y urbe que no nos vive sino que nos ejecuta, nos aniquila.
Y duele.
Y quiero verte para encontrar, nuevamente, el Pacífico en tu sonrisa. Y tu abismo, y tu rabia triste. Y ese que soy cuando me bebe tu sonrisa.