miércoles, mayo 25, 2005

para escribirte en libros que te he regalado, que voy a regalarte

en Fiesta de la Paz:
escucha, ve, huele al carpintero trabajando. y en todo (las manos viejas, el olor de la madera, las luces y las sombras), Hölderlin intuye a Dios. es un dios triste, sabe. un dios arrepentido que le habla y que, cuando está dormido, le canta.

en alguno de Rimbaud:
sobre el oleaje de las dunas el hombre mayor se levanta y dice, señalando con una mano firme a la que le tiembla la sangre:
- allí, aquel, ese fuí: Arthur Rimbaud.
el cuerpo núbil permanece sentado, pero su voz lujuriosa y complaciente pregunta:
- ¿dónde?
y la mano sigue señalando el lugar donde no termina el desierto.

en ¿Recuerdas Juana? de Helena Iriarte:
despacio, uno va atesorando libros, aunque su presencia no permanezca, como un mendigo que ni su piel retiene porque sabe que la dejará algún día. ella se queda. y tercas, en tanto la misma piel, en tanto la misma sangre, obstinadas, mudas o aullantes se quedan las palabras ajenas, más nuestras que las entrañas.