"Las primeras clases las dictaba a 36 personas, casi todas mujeres, que se sentaban en el piso de una casa estrecha, en las laderas de Medellín.
La voz aguda de la niña compite con el ruido estridente de una moto. Aún así, las 32 personas reunidas en un corredor que da a la calle de ingreso del barrio Manrique La Banca, en el nororiente de Medellín, reaccionan al llamado de Leidy y voltean instantáneamente la cabeza.
–Su atención por favor –dice la pequeña de 11 años, apropiada de su papel de maestra. Luego, les da unas indicaciones generales y continúa asesorándolas en una tarde lluviosa de sábado para que aprendan a pintar sobre telas.
En esta singular aula de clases, improvisada en frente de la parroquia San Sebastián, algunas sillas son prestadas de la iglesia y otras las llevan las alumnas. La mesa más grande, que casi ocupa la cuarta parte del lugar, se forma con una puerta apoyada en un pasamanos y en un escritorio desvencijado y pequeño. El que más madrugue es quien tiene puesto.
La mayoría de sus alumnos son mujeres de todas las edades, a excepción de José Aníbal Cuadros, de unos 27 años, y Esteban Isaza, de 60. Las alumnas le prodigan una reverencia especial por ser su maestra, aunque muchas tienen edad como para ser sus bisabuelas.
La pequeña maestra lleva el cabello rubio dividido en dos trenzas laterales, viste camiseta azul cielo, yomperg blanco y chanclas plásticas.
No ha terminado una asesoría cuando alguien la llama de otro lado. Es María Isabel Oliveros. La niña posa su mano derecha sobre la de esta alumna y le orienta el pincel untado de vinilo rojo por el contorno del moño de un payaso que está pintando sobre la tela blanca.
Luego llega donde una mujer de unos 30 años para indicarle la mejor manera de que los dos círculos le queden como bolas de Navidad y no como llantas desinfladas. Esta vez toma el pincel y retoca el dibujo con trazos circulares rápidos y perfectos.
“Ella explica muy bien y nos tiene mucha paciencia, no se ofusca cuando la llamamos a pedirle una explicación o una opinión”, comenta Eunice Peña, de 55 años, quien pinta un mantel con hojas verdes y flores blancas y rojas.
Ni siquiera cuando atiende a la entrevista Leidy se queda quieta. Habla y, simultáneamente, voltea la mirada hacia las mesas para indicar qué hacer. De pronto interrumpe el relato y alza la voz infantil: ‘‘Escuchen por favor, escuchen por favor’’. Cuando todos la miran pide un aplauso para José Aníbal Cuadros, el hijo de Marta Oliva Restrepo, que con una sola clase ya terminó un dibujo. Su juego es pintar
La pequeña ha estado entre lienzos y pinceles desde el nacimiento, de la mano de su abuela Amparo Ocampo, que es pintora. Empezó a exponer antes de los 5 años.
Justo en medio de una exposición a principios de este año, ella y su primita Juliana, de 10 años, mostraban sus cuadros cuando una señora les preguntó: “¿Y será que ustedes no van donde los pobres a enseñar?”.
“Mi ‘tita’ (abuelita) no quería, pero nosotros le insistimos en que sí, que sí y que sí, hasta que dijo que bueno”, recuerda Leidy.
Las clases comenzaron en la parte alta del barrio Manrique con 36 personas “en una casita súper estrecha, todas sentadas en el piso”.
Después se pasaron para la sede comunal, pero, por un malentendido por unas sillas que aparecieron rayadas, se quedaron de nuevo en la calle, hasta que Luz Elena Bedoya les ofreció el corredor de su casa.
A los pocos días de embarcarse en este proyecto, Juliana desistió por indicación de sus padres y Leidy continuó con la abuela Amparo Ocampo, quien aporta pinturas y telas para subsidiar a sus beneficiarios.
Leidy estudia juiciosa sexto grado en el colegio Salazar y Herrera y saca tiempo para pintar, aunque no le quede mucho para jugar. Los viernes prepara la clase para el sábado, día en que sube a los barrios, a instituciones de beneficencia o a hospitales.
Es tanto su compromiso que ha ido al barrio varias veces enferma y en una ocasión decidió perder un paseo familiar a la Costa antes que fallarles a sus pupilas.
“Uno como niño se la pasa jugando, pero un juego también puede ser la pintura y venir acá. No es por nada, pero yo me siento súper bien, aunque mis amiguitas piensen que es cursi”, dice."
NÉSTOR ALONSO LÓPEZ L.
Redactor de EL TIEMPO
MEDELLÍN