miércoles, julio 26, 2006

TaiChi

Hoy fue mi primera clase de TaiChi en este lado del mundo. Así fue como Pascale y yo terminamos de hermanos: tomando té después de la clase en la muy bonita Meeting House. Qué rico volver a esa tranquila conciencia del cuerpo. Bacano encontrar a Mark allí.
Por razones obvias, el recuerdo de Pascalita me ha perseguido constantemente en estos dos meses... Es una hermosa presencia. Like scattered pieces of a neglected, but beloved, mirror.

sábado, julio 22, 2006

Tres años después

Estos días he sentido lo que Ricardo debió haber sentido para demorarse más de la cuenta en mi apartamento hace tres años: que mi soledad lo necesitaba. Ah, el viejo Ricardo... no hermano, no por lo menos bajo el mismo techo.
Y yo te he hecho falta, en esa ciudad difícil, y vos sos a quien más extraño: los fines de semana largos, las tortillas, las brincadas de vez en cuando, vos escuchando mis discursos sobre la mierda que me he sido.
De mis últimos 11 días tengo varios remordimientos (puse 11 pero son más, por supuesto): el cretino que fui la noche del 10 de mayo, por ejemplo, pero sobre todo el no haber estado para vos el último miércoles. Debí haber mandado esa vieja a la mierda. ¿Por qué putas diablos no me dijiste que me necesitabas?
Y vos estuviste conmigo todas las últimas horas. Siendo el amigo incondicional de siempre.

¿Asusta, sabes? La gente se va, hermano. Un día Norita estaba y luego nada (dios de los ateos, eso es lo peor, la muerte... y la secuela de remordimientos, la llamada no devuelta... dios, dios de los ateos...), un día todo lo que es rutinario deja de estar, deja de serlo. Asusta no saber que una vez, una cualquiera que no avisa, es la última.
La última selva, el último mar, el último páramo, el último abrazo. La vida son despedidas que uno no sabe.
Porque a vos te extraño, hermano. Y no sabés cuánto quiero que este impredecible futuro tenga un lugar para volver a estar juntos.
Cómo nos quita el tiempo aire para los sueños...
Que nos quede aire para los sueños.

2 horas y 14 minutos y luego

He lamentado estar lejos estos días, cuando ha debido ser difícil la ruptura, cuando el lastre de los años y del cansancio pesa tanto. Porque entiendo de cansancios. Y quizás, sobre todo, porque en el espacio de la ruptura hay un espacio para estar y que no puedo ocupar. Lo llevaba clavado, y hoy por fin tomé el teléfono para llamarlo.
Y sentí hablando con mi hermano, escuchando su sencilla sabiduría explicarme a Virginia, cuánto ni una sabiduría elemental he construído. ¡Qué poco soy! Qué poco sé, que poco entiendo, qué poco tengo.
Algo tengo, algo tuve, algo que he perdido y que necesito encontrar o consumirme, o seguirme consumiendo. (Algo debí haber tenido para ser bendecido: mi familia, Martha Isabel, Pascale, Vivian...)

Mierda.

Cómo chillo.

Si pudiera decir: tapo... tacho, tacho.

Hay algo que me hace pensar demasiado en las cronologías, en las biografías como deben ser y que debo sacarme del cerebro... No es el motivo correcto.

Tengo niebla.

Andrés

El Caballero Blanco. Lo debí haber visto por primera vez contando cuentos en la plazoleta de ingenierías. No recuerdo como resultábamos encontrándonos a veces, conversando... tengo una memoria frágil, se sabe. Era novio de una niña muy linda que fue a un par de salidas a Anchicayá y el fué con nosotros a una... quizás fue allí cuando conversamos por primera vez. Era de esos hombres cuya belleza me estremecía, como Pablo por esos mismos días. Estuvo en una reunión de Danta en mi apartamento y me dió un par de consejos para narrar la historia con la que arrancaba esta ponencia. Es, en fin, otro recuerdo de una buena época, de un clima tranquilo en el aire y en el espíritu. Esos días livianos, felices y profundos.
Lo volví a ver como en el 2002, febrero, en Bogotá... ¿Cómo fué que resultamos viéndonos esa vez? Le regalé un libro de cuentos que hacía muchos años le había prometido (y que había recibido de las manos de Pablo), montamos en montaña rusa y salimos con Luisa que andaba de visita y con el parche de niñas con el que salía a bailar de vez en cuando (dos ya son mamás y otra, la que realmente me gustaba nunca me paró bolas... una llanera con una cara preciosa). Marcella me lo mencionó en el correo con en el que reapareció hace unos meses y hoy me lo encontré en el periódico...
Han pasado ocho años desde que conocí a Andrés Osorio y en ese lapso seguió creciendo, creo, brillante, hermoso y sencillo. Recuerdo que no me gustaban sus cuentos, pero me encantaba que existiera: era una encarnación del Hombre Hermoso. En esos mismos años me perdí de mi anclaje en la tempestad y me convertí en alguien banal y torpe. Sigo sin crecer, sin saber, sin soñar. Mientras Andrés crecía... ¿yo qué he hecho?
Aprendí algo del oficio de enseñar, no mucho más, creo, de lo que había aprendido en Cali...
Toqué fondos.
Estuve cuando algunos se fueron, para siempre.
Me asusta estar de este lado del mar, de este posible cierre de paréntesis y no cerrarlo.
Y seguir... menos que cayendo, seguir pudriéndome.
A veces quiero creer que trato de no.
A veces me asusta sentir cuánto extraño por momentos mi hedonista podredumbre, ese conformismo indolente.
Mirá Andrés, hermano, lo que me pongo a escribir por mirar tus ojos.
Cuánto quisiera verte, y darte un abrazo. Recibir un abrazo: uno que sane, que ilumine. Pero no hay caso, la gente toma rumbos y se va. Como se fue Pablo. Otros nos quedamos para no crecer. Soy una retroguardia que nunca llegó a la guerra y que no sabe a dónde dirigirse.
Y acá estoy, sin más que mis escasos recursos: mi escaso espíritu, el poco maderamen que permanece sin pudrirse. Y ese corazón que de tanto estrecharse, duele.

miércoles, julio 12, 2006

dar

es una historia contada por adriana.
en su viaje a la india, hace algunos años, participaron en una ceremonia donde su maestro espiritual iba a bendecir los útiles escolares de los niños de una de las escuelas que este personaje ha sembrado en el país y a donde asisten niños pobrísimos...
adriana y su familia esperaban entre la gente. dos niños miraban a los hijos de adriana y conversaban entre ellos, preocupados. decidieron acercarse y les regalaron uno un lápiz y el otro un lapicero a cada uno de estos niños que lo han tenido todo pero que en ese momento no tenían nada para ser bendecido.