El Caballero Blanco. Lo debí haber visto por primera vez contando cuentos en la plazoleta de ingenierías. No recuerdo como resultábamos encontrándonos a veces, conversando... tengo una memoria frágil, se sabe. Era novio de una niña muy linda que fue a un par de salidas a Anchicayá y el fué con nosotros a una... quizás fue allí cuando conversamos por primera vez. Era de esos hombres cuya belleza me estremecía, como Pablo por esos mismos días. Estuvo en una reunión de Danta en mi apartamento y me dió un par de consejos para narrar la historia con la que arrancaba
esta ponencia. Es, en fin, otro recuerdo de una buena época, de un clima tranquilo en el aire y en el espíritu. Esos días livianos, felices y profundos.
Lo volví a ver como en el 2002, febrero, en Bogotá... ¿Cómo fué que resultamos viéndonos esa vez? Le regalé un libro de cuentos que hacía muchos años le había prometido (y que había recibido de las manos de Pablo), montamos en montaña rusa y salimos con Luisa que andaba de visita y con el parche de niñas con el que salía a bailar de vez en cuando (dos ya son mamás y otra, la que realmente me gustaba nunca me paró bolas... una llanera con una cara preciosa). Marcella me lo mencionó en el correo con en el que reapareció hace unos meses y hoy me lo encontré en el periódico...
Han pasado ocho años desde que conocí a Andrés Osorio y en ese lapso seguió creciendo, creo, brillante, hermoso y sencillo. Recuerdo que no me gustaban sus cuentos, pero me encantaba que existiera: era una encarnación del Hombre Hermoso. En esos mismos años me perdí de mi anclaje en la tempestad y me convertí en alguien banal y torpe. Sigo sin crecer, sin saber, sin soñar. Mientras Andrés crecía... ¿yo qué he hecho?
Aprendí algo del oficio de enseñar, no mucho más, creo, de lo que había aprendido en Cali...
Toqué fondos.
Estuve cuando algunos se fueron, para siempre.
Me asusta estar de este lado del mar, de este posible cierre de paréntesis y no cerrarlo.
Y seguir... menos que cayendo, seguir pudriéndome.
A veces quiero creer que trato de no.
A veces me asusta sentir cuánto extraño por momentos mi hedonista podredumbre, ese conformismo indolente.
Mirá Andrés, hermano, lo que me pongo a escribir por mirar tus ojos.
Cuánto quisiera verte, y darte un abrazo. Recibir un abrazo: uno que sane, que ilumine. Pero no hay caso, la gente toma rumbos y se va. Como se fue Pablo. Otros nos quedamos para no crecer. Soy una retroguardia que nunca llegó a la guerra y que no sabe a dónde dirigirse.
Y acá estoy, sin más que mis escasos recursos: mi escaso espíritu, el poco maderamen que permanece sin pudrirse. Y ese corazón que de tanto estrecharse, duele.